Por Maria Elisabeth Cimenti *
¿Qué lugar tienen los niños en nuestro mundo, en nuestra época? Existen familias y familias de desesperados.
El cine presenta esta cuestión de modo contundente a través de dos películas impresionantes por su capacidad de desvelar temas de las familias y de los niños que viven en estado de extrema pobreza, abandono, exclusión o expatriación. Las películas traspasan nuestro imaginario por la sutileza y diversidad de realidades que presentan y que existen ocultadas, invisibles. Cafarnaúm, de Nadine Labaki – se pasa en las calles de Beirut, Líbano – y Un asunto de familia, de Hirokazu Kore-Eda, Japón, abordan situaciones dramáticas vividas por familias marginadas, echadas del círculo social de sus comunidades, siendo obligadas a vivir desapropiadas de cualquier reconocimiento o valor. Para sobrevivir, son obligadas a adoptar lógicas de existencia/supervivencia, éticas que sean capaces de salvarlos, muchas veces reproduciendo costumbres violentas desde nuestra mirada, como, padres que entregan una niña de once años en matrimonio a un hombre adulto o un padre enseñando a un hijo a cometer pequeños robos que irán a garantizar la sobrevida familiar. A los niños les cabe, en la mayor parte de las veces, el costo mayor de la miseria. Quienes trabajan con niños institucionalizados lo saben bien. Sucede una infantilización de la pobreza. Muchas veces, necesitan adultizarse tempranamente para proteger una hermana o hermano, como es el caso del niño en Cafarnaúm. En su rebelión intenta cambiar una realidad trágica que se les impone.
Por otro lado, la belleza de estas películas está en mostrar la sutileza de los bastidores de esas familias, sus embates desesperados, sus bondades, ternuras, sus éticas, muchas veces inesperadamente justas y honestas. Los niños son profundamente atingidos, y aunque parezca contradictorio, pueden ser muy amados por un padre o una madre, cuyos recursos personales fueron limitados por sus propias historias. En Un asunto de familia, la policía le pregunta al padre por qué le había enseñado a robar a su hijo y él, modestamente, le responde: “ Porque era lo único que le sabía enseñar!” . En Cafarnaúm el marido de la niña de once años al ser procesado por su muerte, durante un parto, plantea: “Pero esa también fue la edad con la que se casó mi suegra “. Decididamente, son éticas, valores y vivencias muy diferentes de los dictados por la clase media. Y los niños tienen relación con estas diferencias, viviendo conflictos dramáticos en su mundo afectivo. Los personajes menores, en ambas películas, representan estupendamente ese lugar entre la transgresión para sobrevivir y los dictados sociales dichos más civilizados.
Al salir de estas dos películas, me pregunté cuando iríamos a enternecernos con el humano y las soluciones dadas por las víctimas mayores de las situaciones políticas y sociales disfuncionales. Las películas desnudan el sufrimiento profundo de los niños en situaciones de gran miseria. No logran ser actores de sus vidas, son coadyuvantes, les sobra apenas el papel secundario, en el que se tornan muchas veces invisibles a la mirada ajena. Pero están allá, ¡en el escenario de la tragedia! Un tema de nuestro tiempo.
*Psicóloga. Psicoanalista de la Sociedad Psicoanalítica de Porto Alegre (Brasil). Coordinadora del Área de Infancia y Adolescente de la Federación Psicoanalítica de América Latina.
Equipe Fronteiras Culturais: Lúcia Palazzo , Wania Cidade, Joyce Goldenstein e Sandra Gonzaga e Silva.