Entrevista con Enrique Torres

Portada del libro “Ficciones”, de Jorge Luis Borges

“Como lector, no me canso de fatigar los textos en busca del momento de descubrir la maña del escritor para regalarnos el asombro de un milagro estético.”

Enrique Torres es miembro de la Asociación Psicoanalítica de Córdoba (APC). A través de sua larga trayectoria como docente ha transmitido su saber y verdad sobre el psicoanálisis imbuido un acervo cultural y literario, que le permite dar en el blanco con dichos y frases populares que en posibilitan salir de la ficción que todos los sujetos nos hacemos. Realiza de este modo un juego necesario entre ficción, saber y verdad.

Entrevistado por Maria Alejandra Giraldez e Veronica Vigliano

1 – ¿Qué  relación  encuentra Ud. entre Literatura y Psicoanálisis?

            No es sorprendente que Freud se mostrara él mismo “singularmente impresionado” cuando al leerse y dar a leer sus primeros historiales, le parecieran más relatos novelescos que severos y exactos escritos de la ciencia, (Caso Elisabeth, ‘Epicrisis’, Psicoterapia de la histeria). Había desistido tiempo atrás de su inclinación por las humanidades para adherir a una medicina ya en su época ávida de rigor científico, pero su trato con verdades incómodas en su práctica, le trajeron de vuelta lecturas cultivadas desde la juventud. Ambas vocaciones lo acompañaron por todo el resto del camino desde que se propuso darle a la verdad vislumbrada en los relatos de sus histéricas y en las páginas de escritores de todas las épocas, el soporte de un saber consistente que hiciera perdurable su descubrimiento y le concediera un derecho de admisión en el campo científico. Una manera posible -(y muy incompleta)- de seguir las huellas del recorrido freudiano en lo referido a la conversación entre la literatura y el psicoanálisis es la relación entre Verdad y saber. En su afán por aunar esos dos componentes en un conjunto integrado y juzgando a cada uno imprescindible para el otro, no se detuvo a precisar su trayectoria paralela, esa que, como las rectas de la misma cualidad, hace que nunca se encuentren o que solo lo hagan en el infinito. Freud dejó precisamente flotando la idea de infinitud en “Análisis terminable e interminable”; Lacan en cambio se propuso encontrar un punto final al desarrollo de la cura, una culminación que, aunque parcialmente y sin fundirse entre sí, contuviera ambas cosas hasta alcanzar una “verdad….,no sin saber”. Quizás lo intangible de las paralelas pueda aplicarse también a la estrecha vecindad entre el psicoanálisis y la literatura, si juzgamos que difícilmente podríamos imaginarlos, hoy en día al menos, al uno sin la otra, y que sin embargo nunca se confunden.

 Subordinados y tributarios de la palabra, único yacimiento del material que labramos, incluyendo la ganga de los silencios y excluyendo lo indecible del goce que no cesa de asediarla, el deslinde entre saber y verdad precisó ante todo que se definiera el territorio común desde donde producen sus efectos: el Inconsciente. Para apresar al saber que allí se trama, ignorado por todos y especialmente por el sujeto que lo porta, fue necesario la creación de fórmulas, esas “contadas fórmulas psicológicas” (ibid) con las que Freud construyó el edificio donde alojó en primer lugar a la histeria, de cuyo discurso tomó el grano que inseminara su propio saber. En todas partes encontraba ficciones.

2 – ¿Cómo cree Ud. que influye la Literatura de ficción  en el trabajo del Psicoanalista?

En una fórmula apretada y atacable desde cualquier ángulo, diríamos que Freud extrajo la verdad de las novelas (familiares) que narraban sus pacientes, apenas distinguibles de las de la literatura, e inventó por su parte un saber nuevo para darle a su descubrimiento la consistencia que lo hiciera perdurable. Perdurable y consistente a la vez que blanco para el escarnio de los bien pensantes, escandalizados al principio por que Freud se atreviera a sacar a la luz los entresijos del sexo, y más tarde, más atinadamente, por atreverse a postular al Inc como un pensamiento sin pensador. Pues no hay verdad sin sujeto; el saber, en cambio, puede prescindir de él a tal punto que Lacan pudo definir al Inc. como un saber sin sujeto, formulación solidaria de la que lo piensa ‘estructurado como un lenguaje’. Agreguemos desde luego que lo que se insinuaba ya desde “La instancia de la letra”, era el carácter escriturario del Inc.

Desde los medios académicos de la medicina buscaron humillar a Freud bajándole el precio a la creación de una obra que hizo que el mundo ya no fuese el mismo, con el sarcasmo de augurarle un premio de literatura. Para colmo lo obtuvo: Premio Goethe 1930; solo el orgullo de haber inventado y de haber vivido para el psicoanálisis sobrepujaba a este más secreto que amonedaba su talento literario y su amor por las letras.  Algunos escritores de renombre sumaron virulencia: Ezra Pound repudiaba la obra de Freud, y Nabokov se encarnizaba llamándolo “the vienese Quack”, (el charlatán vienés), mientras la marca del vienés se notaba muy sensible y reconocidamente en autores como Elías Canetti, A. Köstler , J. P. Sartre y muchos otros. Más de nuestro lado, es conocida la manifiesta predilección de Borges por Jung y su actitud crítica hacia Freud, adjudicándole a este último la autoría de una desangelada mitología contemporánea que le hubiera calzado con más justicia al primero. Basta sin embargo leer el relato ‘La secta del Fénix’ de Ficciones, para palpar con qué sutileza, y con cuanta pudorosa maestría transmite las dobleces, secretismos, ubicuidad, misterio y terror que rodean a la sexualidad sin mencionar siquiera una sola vez este término. No contuvo sin embargo su animosidad cuando soltó en un cónclave de analistas una de sus famosas y mordaces ironías, definiendo al psicoanálisis como “la rama erótica de la literatura fantástica”. Los grandes analistas, por su parte, nunca escatimaron su admiración por los escritores ni callaron la deuda que mantuvieron con ellos; Freud en carta a Arthur Schnitzler le confiesa “usted sabía intuitivamente -o más bien como efecto de una sutil autoobservación- todo lo que descubrí gracias a un laborioso trabajo sobre los demás”. Lacan se asombraba de la penetración con que Margueritte Duras se anticipaba a sus propios desarrollos, a la vez que aceleraba sus pasos desde los primeros que diera en torno a la novela de la asociación libre y al análisis de autores y obras literarias hasta dar, junto a Joyce, con lo real de eso que no habla: la letra.

Pues excavados hasta sus raíces los campos del saber y la verdad con las herramientas del desciframiento y de la interpretación, se terminaba por concluir que la verdad tiene estructura de ficción, que se medio-dice y que su estatuto no es hermenéutico: su vecindad con lo real estorba sus tratos con el significante, pero le otorga a la vez el poder y la porfía de insistir siempre y encontrar, entre los vericuetos del lenguaje, el modo de hacerse oír…entre líneas. Y una de las cosas que deja oir es, precisamente, que el saber es…no-todo, que él mismo está cercenado por una verdad que denuncia que es imposible que el saber se sepa a sí mismo, y que, desde la represión primaria, cada uno de nosotros vive con un saber-en-menos. Este minus del saber no desmerece en nada el que podemos construir en el psicoanálisis o en la crítica literaria, pero las bibliotecas colmadas de ambas disciplinas nada dicen acerca del poner en práctica el savoir-faire que las produce ni las consecuencias de ese acto. Se trata de prescindir del solazamiento en el sentido, del jouis-sense = gocentido, como solemos hacer frente a la poesía, para pasar del saber al saber-hacer, esa torpe traducción literal de la expresión francesa a la que prefiero el criollismo del darse maña;  lo elijo porque lleva una pizca de transgresión en sus derivados ‘mañero’ o ‘mañoso’ y hasta en la artimaña, un costado disruptivo que los analistas solemos recibir o incurrir con beneplácito.

Es que estamos en la dimensión del acto, donde encuentro, para terminar, ese nuevo paralelismo entre el acto del escritor y el acto del analista: cada cual, a su manera, opera frente a una página en blanco.

3- ¿Qué obra o autor de Literatura le inspiró a ser creativo en su trabajo? 

Me asiste en primer lugar la tradición literaria rioplatense, sobre todo porque de su mano, y en especial de la de Borges, nada nos priva de juzgarla universal y de paladear al mismo tiempo su inconfundible sabor sudamericano. Nada en ella tampoco nos cierra caminos; más bien invita a la frecuentación de la gran literatura de todos los tiempos y de todos los lugares. Como lector, no me canso de fatigar -(verbo tan borgeano que sirve hasta para inventar ese falso oxímoron o acaso un pleonasmo inútil)- los textos en busca del momento de descubrir la maña del escritor para regalarnos el asombro de un milagro estético. Gloria del autor y dicha de quien lo lee, el regocijo de ese develamiento no le está totalmente vedado al analista, pero lo mella saber que el deslumbramiento que produce el toque con la belleza es la última y arrebatadora estación antes de lo real. Es al encuentro de este real hacia donde avanzamos en análisis, y su contacto no depara sensaciones agradables ni de otro tipo, despojado como está de cualidades estéticas o morales. Puede quizás no ser el ramalazo de la angustia lo que nos espera allí, pero su roce, el de la angustia, nunca está muy lejos de la sorpresa y el asombro que nos apunta con su certeza desde ese lugar.

Si a un escritor lo perjudica el quedar enredado en el antiguo pleito que la ética litiga con la estética, o ésta con la razón, si por el contrario su logro consiste más que nada en librarse de los hierros de la moral o de la lógica y servirse de ellos solo para mejor imaginar el paño de sus personajes, a él entonces le es concedida la gracia de embellecer la existencia y de hacer que la literatura sea como la vida sin sus partes aburridas, como alguien pensó.

Por su parte al analista le es dado, a cambio de la suspensión de sus atributos personales, de sus inclinaciones estéticas y sobretodo de sus escrúpulos morales, la posibilidad de iluminar, con la sola llama de su deseo desnudo, el sitio donde finalmente se puede ir más allá de toda ficción, el lugar donde cada uno guarda lo más recóndito de su ser de goce en el fondo de su síntoma, un real que como tal no tiene atributos, ni virtuosos ni infames.

Más allá de ese acto ejecutado con el analizante, fuera ya del consultorio, sí nos libramos a escarceos literarios como el de esta página, cuya torpeza solo podría ser aligerada con las disculpas de Borges, de Piglia, de Cortázar, de Juan José Saer, de Onetti, de Faulkner, de Shakespeare, de Maupassant, de Dante…………, de Freud y de Lacan.

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