Preludio a una ética de lo femenino – por Julia Kristeva – presentado en la apertura del Congreso de IPA

“Esa mujer de la que todo el

mundo dice: ¡es de acero!

“Es, simplemente, ‘de mujer’.”

Colette, La Vagabunda[1]

¿Qué ética?

En la mutación antropológica acelerada de este comienzo de tercer milenio, las mujeres son a la vez una fuerza emergente, a pleno con sus trastornos de valores y de identidades, Y una alteridad irreductible, objeto de deseo, de temor y de envidia; de opresión y de explotación o de abuso y de exclusión.

El psicoanálisis, ¿puede hacerse escuchar (pregunta epistemológica), ¿debe hacerse escuchar (pregunta ética) en esta nueva fase del Malestar (Unbehagen, Discontents) de la civilización?

Fue necesario que una mujer ocupe el rol de Presidente de la IPA para poder captar este momento histórico y para arriesgarse a adoptar como tema de un congreso “THE FEMININE”.

Hice referencia al “riesgo” porque LO FEMENINO, como un “bosón del inconsciente” (del mismo modo que existe un bosón de Higgs en el campo de la física de las partículas), es un componente tan radical como ininteligible de nuestras identidades psicosexuales; y al proponerse dejar de ser un “enigma” (Freud), este vector que conecta el soma y la psique, no es menos un “desborde” de actings existenciales y sociales, ¡como lo demuestra la sorprendente polifonía del Programa de este 51º Congreso!

En agradecimiento del honor recibido, me atrevo a sostener que no podríamos neutralizar lo femenino, aunque más no fuera para hacer justicia a las mujeres que luchan por sus derechos y a las que vienen en búsqueda de una supervivencia en nuestros divanes.

La disyunción instintual-sexual

En los dos mil quinientos años de existencia de la ética, lo femenino (THE FEMININE) ha sido expulsado de la esfera de la ética: no es un sujeto, a lo sumo es un objeto (¡y a veces ni siquiera eso!).

El psicoanálisis ha quebrado esa exclusión de lo femenino gracias a una especie de ética que “pone entre paréntesis”, es decir, que suspende el juicio, la moral, y el mundo, para cuestionarlos mejor, adjudicándose una dirección: “Donde Ello era, Yo debo advenir”[2] y dos principios que se oponen: el principio de placer y el principio de realidad.

Inscripta en ese suspenso, la transferencia revela en el inconsciente una sexualidad pulsional que, lejos de evacuar lo orgánico (lo biológico y lo anatómico), se desnaturaliza porque se disocia de lo instintual orgánico por medio de la represión primaria. Una disyunción originaria constituye al ser hablante como sujeto escindido, una escisión (Spaltung) a la cual el analista presta el oído y que irrumpe en la moral normativa.

La fecundidad y el erotismo femeninos parecen manifestar y traicionar esta disyunción, y gracias a ello se convierten en el punto de mira del deseo y de la envidia. De poseer, de dominar, y de destruir (¡también!), en beneficio de una dominación masculina que puede constatarse en todas las sociedades. El complejo de castración solo encuentra su significado pleno si ambos sexos lo comprenden como un desplazamiento traumático del “trauma[3]” de la diferencia sexual, que resuena en profundidad con la escisión originaria.

Dos fábulas de la hominización

Dos fábulas sobre los comienzos de la hominización ilustran la violencia que hiere el descubrimiento de la diferencia sexual y que aún hoy asusta y fascina a la heterosexualidad.

Para Claude Levi-Strauss, la “revolución psíquica de la materia[4]”, o la sexualidad desnaturalizada que desplaza al instinto animal hacia la pulsión desde entonces y definitivamente doble, heterogénea (energía-y-sentido), debido al lenguaje, sería en su origen… femenina. Cito: “De todos los mamíferos, las mujeres son las únicas que pueden hacer el amor en cualquier temporada, sin necesidad de estar en celo, y pueden señalar sus humores con palabras[5]” (¡!).

Los primeros seres humanos decoraron las sepulturas (350 000 BP), y el arte rupestre nos brinda una representación zoomórfica de las pulsiones: una vulva gigante coronada por una cabeza de búfalo parece tirar de la tropilla de animales a la carrera (Chauvet, 37 000 BP). Al ser capaces de descargar la libido que se enlaza a su finitud por medio del lenguaje y del arte, los dos sexos ingresan a la cultura y a la muerte como sujetos divididos. La heterosexualidad actúa y exhibe la escisión del ser en la existencia humana, sean cuales sean las proezas de la reproducción artificial y sea cual sea la desculpabilización de la homosexualidad.

Todavía nos queda la tarea de afinar el modo en que la psico-sexualidad femenina, modulada por los trastornos sociopolíticos de la condición femenina, logra transformar esta escisión inaugural y constitutiva. Así como también debemos aún precisar cómo acaba convirtiéndose en síntomas en la “comedia heterosexual[6]”.

Cambio de cursor

Cuando estalla el “malestar[7]”, Freud asigna, a través de dos ensayos sobre lo femenino[8], una nueva tarea al psicoanálisis que consistiría (en el plano epistemológico) en “encontrar la conexión” entre la “doctrina de la bisexualidad” y la “doctrina de las pulsiones[9]”, tarea a la que nos convoca este Congreso; y (en un plano ético) a dar testimonio en contra de la “negación de la vida sexual” (que no es la pornografía). Y Freud espera entonces –¿será acaso una apuesta? – que “el Eros eterno” haga “un esfuerzo para afianzarse en la lucha contra su enemigo igualmente inmortal”[10].

Las “dos fases”, según Freud, del Edipo femenino, con cambio de objeto, y siempre inacabado –prefiero llamarlo infinito–, hacen que lo femenino se revele como un factor de la transformabilidad de la vida psíquica considerada no como un “aparato” sino como una “vida de alma” o una “vida del alma”[11].

Prefigurando ciertos aspectos de las teorías de los “géneros”, surge una bisexualidad psíquica polifónica, más acentuada en la mujer, y que se revela duplicada para cada sexo, y así la “partida” se juega al menos de a cuatro. Aunque se modula, definitivamente, en singular. La arriesgada libertad de esta elección, de esta ética cuyas “normas”, e incluso cuyas propias “identidades” (hombre/mujer) se han convertido en “conceptos dinámicos”, provoca angustia y júbilo al mismo tiempo. Para bien y para mal.  

Aún persiste la pregunta enigmática que Freud plantea a Marie Bonaparte: “¿Qué quiere la mujer?”, “Was will das Weib?”. Su pregunta no es sobre el deseo (Wunsch) sino sobre el desear (Wollen), pilar de la elección en una vida ética. Eso que no se deja atrapar (“¿qué quiere?”) apunta a la relación de lo femenino con los ideales de la vida y con la propia vida, que es inseparable de los ideales culturales.

¿Freud perseguía una refundación de la ética por medio de lo femenino, THE FEMININE? La biopolítica de la modernidad nos impone hoy más que nunca estas preguntas.

Intentaré convencerlos/as –aunque ya deben estar convencidos/as porque son psicoanalistas– de que THE FEMININE (lo femenino) que conlleva el descubrimiento freudiano del inconsciente es uno o quizás EL factor de esta inquietante apertura, a raíz de su propia transformabilidad: lo femenino es transformador. Ni innato, ni adquirido, sino infatigablemente conquistado desde las dos fases del Edipo inacabado, la vivacidad de lo FEMENINO se diversifica o sucumbe en las pruebas de la despiadada realidad sociohistórica.

Antes de continuar, debo hacer una confesión. Escucho hablar, como todos ustedes, de lo femenino, de THE FEMININE, de la mujer (no me referiré a lo femenino del hombre) cuando escucho a mis pacientes, al leer los trabajos de los psicoanalistas, cuando dialogo con ustedes. Y a menudo, ¿como les sucederá a ustedes también?, ¡me harto de sus misterios disruptivos, de sus maquillajes de todo tipo! ¿Qué porcentaje de lo femenino hay en mí? ¿Cuánto en ustedes? Nadie lo sabe, pero lo femenino que encarno, a mi modo, no es un artefacto ideológico. YO participo de su advenimiento, siempre por venir. Simone de Beauvoir escribió: “No se nace mujer, se llega a serlo” [On ne naît pas femme, on le devient]. Yo diría más bien: “Nacemos (biológicamente hablando) mujer, pero ‘‘YO’’ (como consciente-inconsciente psicosexual) me convierto (o no) en femenino (FEMININE)”.

Me propongo compartir con ustedes algunas etapas de ese convertirse en a las que me llevó mi experiencia clínica con lo femenino, cuestión en la que estoy en deuda con muchos trabajos que me guiaron en ese camino pero que no puedo mencionar aquí.

2. Lo femenino transformador

El Edipo bifaz

Lo femenino transformador se construye en el Edipo bifaz, Edipo primo y Edipo bis, y en la reliance[12] materna.

Llamo Edipo primo al período arcaico que va desde el nacimiento hasta la llamada fase fálica, que se sitúa entre los tres y los seis años. Muy lejos del idílico “minoico-micénico” (Freud) y de la serenidad del “ser” antes del “hacer” (Winnicott), la identificación proyectiva (Melanie Klein) se ve favorecida por el parecido madre-hija y por la proyección del narcisismo y de la depresividad maternos sobre la hija.

Una subjetividad interactiva se pone entonces en marcha gracias a la elaboración precoz de una relación de identificación-introyección/proyección con el objeto amante-e-intrusivo que es la madre (a condición de que esta incorpore lo femenino y sustituya el deseo del padre).

Psiquización del vínculo

Por medio de la introyección, la cavidad excitada del cuerpo interior se transforma en representancia interna de lo externo. Desde un comienzo, esta psiquización de la alteridad se ve dificultada por la identificación con la madre y por la reactividad de la niña como agente, también ella, de la seducción-efracción-frustración. La dependencia arcaica prepara el estatus de objeto erótico femenino, al que la mujer solicitará que la comprenda como si fuera… una madre imaginaria: la demanda femenina que busca la “autenticidad” está habitada por el persistente espejismo del Edipo primo. Pero la conflictualidad primaria presagia en el acto la “ilusión” de ese apego primario, y despierta la vigilancia que detecta la “impostura[13]” en las relaciones.

Más allá de los dos escollos que constituyen el narcisismo y el masoquismo pasivizante, la semejanza proyectiva del Edipo primo da inicio al psiquismo de la pequeña niña como una mismidad alterada, como una alteridad integrada. El sí mismo fuera de sí, el fuera-de-sí en sí[14].

   Esta psico-sexualidad de interdependencia está codificada en el flujo sensorial, en los gestos, en las imágenes y en las ecolalias, a las que llamo receptáculo (chora) semiótico: investimiento de las vocalizaciones pre-lingüísticas (intensidades, frecuencias y ritmos) que tienen un sentido sin tener una significación, pues esta última se elabora con la adquisición de las reglas simbólicas (de la fonética y de la gramática)[15].

La copresencia de lo “mismo” (madre-hija), minucioso ajuste sensorial de sus armonías-desarmonías, atraviesa el cuidado utilitario y se agota en ese imperio femenino de los sentidos que es la belleza[16]. Sostengo que, incluso aunque aparezca en la mirada materna hacia el recién nacido no importa cuál sea su sexo, y antes de movilizarse para remediar la castración o la falta, la belleza magnetiza la mismidad diferenciada de la madre y la hija, las excitaciones y las ternuras de todos los sentidos semióticos que se les atribuyen.

Una belleza que no deja de convivir desde el principio con el deseo de expulsar la expulsión. Los primeros gestos pre-simbólicos se tiñen de repudio: atracción y repulsión, fascinación y aversión, ni “sujeto” ni “objeto”, la abyección es más violenta entre la hija y la madre, que entre esta última y el hijo idealizado. A esto deberá agregarse el odio que la adolescente siente por la mujer castrada, objeto del pene paterno. Es un odio sin los remordimientos de Orestes. A diferencia del parricidio, el matricidio cometido por la hija seguirá siendo un complejo inconsciente difuso, un ruido de fondo continuo que la acompañará en sus interminables ajustes de cuentas con su madre y con sus representantes. Impensado, impensable, el matricidio la despojará de sí misma.

Lo femenino (THE FEMININE), posible rehén de lo materno pre-objetal, de la Cosa[17]; lo femenino (THE FEMININE), como primera elaboración de las fobias del infans, sin la cual la adolescente fóbica y suicida, “que ya no puede aguantarse”, intentará huir en la anorexia y en el fuera-del-sexo o incluso cambiar de sexo; lo femenino (THE FEMININE), reservado y reprimido por el acceso posterior a lo fálico.

¿No es precisamente esta posición femenina alterada, tan absoluta como rechazada, que se traza desde el Edipo primo, la que sustenta el hecho de que lo femenino es lo “más inaccesible”, según Freud, y que esto sea válido para ambos sexos? Y sería inaccesible por temor a la pasivización, a la regresión narcisista y masoquista, a la pérdida de los puntos de referencia visibles de la identidad que se operan por medio de un derroche sensorial que corre el riesgo de dispersar al sujeto en un autismo endógeno, o incluso patológico.

Continente a penas reprimido, digamos: sostenido, lo femenino alterado del Edipo primo estará enmascarado por la feminidad reactiva y por sus alardes de embellecimiento o de reparación narcisista, con los que el posterior falicismo de la mujer reacciona frente al complejo de castración. En el transcurso de la fase fálica que, entre los tres y los cinco años, instala al sujeto en la triangulación edípica, el sujeto mujer llevará a cabo mutaciones psíquicas, por medio de las que la elección de la identidad sexual se realizará definitivamente, o no se realizará.

Extranjera al falo

Dos momentos escanden esta instalación en el Edipo bis. La fase fálica se convierte en la organizadora central de la copresencia de la sexualidad y del pensamiento en ambos sexos; es un “kairos fálico”, en el sentido griego de un “encuentro” mítico Y/O de una “ruptura” del destino. Se produce entonces una equivalencia entre, por un lado, el placer del órgano fálico, visible y valorizado en la sociedad androcéntrica, y, por el otro lado, el acceso al lenguaje, a la función de la palabra y del pensamiento.

El ingreso en el Edipo bis (el padre remplaza aquí a la madre como punto de mira del deseo) linda con un momento decisivo de la construcción de la subjetividad femenina: el investimiento (Besetzung, cathexis) de lo que Freud llama “el padre de la prehistoria personal[18]”. Antes de que la diferenciación sexual “sea segura”, es solo una cuestión de “identificación directa e inmediata” (Einfühlung) con el padre, que todavía no es “objeto”, pero sí instancia tercera E identificatoria que, “al reunir las características de ambos padres”, “conduce de regreso al surgimiento del Ideal del yo”. Insisto sobre la “bisexualidad” (padre y madre) que se inmiscuye en la terceridad originaria. Y sostengo que la parte “madre” de ese “padre imaginario” solo puede favorecer la transición del Edipo primo femenino al Edipo bis, y apoyar así esta bisexualidad de la que Freud afirma que “resalta con mucho mayor nitidez en la mujer que en el varón[19]”.

Figura tercera, separadora y reguladora de la díada sensorial madre-hijo, el padre deberá asumir para siempre el rol de padre simbólico, instancia de lo prohibido y de la ley, la razón, el poder y los códigos morales. El pene se convierte, para los sexos hablantes, en el falo –significante de la privación, de la falta y por ello también del deseo: deseo de copular, de significar, de sublimar, de crear.

El hijo ingresa al Edipo bajo el régimen del asesinato del padre y de la castración, y los “resuelve”, por medio del Superyó. El ingreso de la hija en el Edipo bis se ve favorecido por lo femenino (THE FEMININE) del “padre de la prehistoria”, que, en cambio, angustia al hijo y lo conduce a la castración y a la pasividad. Ella idealiza esta terceridad bivalente paterna y sus valores; pero, magnetizada por la mismidad-intimidad materna del Edipo primo, adhiere al orden fálico como extranjera al falo, y percibe su sensualidad y su excitabilidad clitorideana como menos visibles y menos apreciables, incluso y sobre todo si se atreve a defenderse erigiéndose en una postura fálica. Comunicadora incansable, militante inflexible, que hace estallar las pantallas de las causas necesariamente paternas, y de las que el poder mediático-político se sirve con facilidad, siempre ávido de recuperar las latencias espectaculares de su palabra de lucha.

A menos que ella depure su Edipo primo en revuelta y en insumisión, en “eterna ironía de la comunidad” (según Hegel), en una insaciable curiosidad de investigadora.

Adaptabilidad y cicatriz

La fabulosa adaptabilidad social femenina –obstinada cicatriz– encubre esta disociación constitutiva que se expresa como extranjera al orden fálico. Hay, por un lado, un investimiento intenso de la alteridad anaclítica, un movimiento psicosexual que se manifiesta en la necesidad de creer: en la envoltura materna, y en el padre imaginario.Por el otro lado, esta creencia –desmentida por el sexismo y a la que aspira el Edipo primo– así como también toda identidad se experimentan en el registro de lo ilusorio: es un juego, “yo soy, pero hago semblante” [N. de t.: traducción de “j’en suis mais je fais semblant” que, literalmente, significa “yo soy, pero hago como si”]. Ilusionado, lo femenino está igualmente desilusionado, decepcionado: de una decepción radical, más intratable que la melancolía, porque ella/él se enfrenta no al sinsentido del ser, sino a la ausencia de ser.Cuando él/ella (she) descarta el suicidio, lo femenino asume esa ausencia [ab-sence][20] y revive con ella. Se trata de una región temible en la que la fuerza (de vivir) se codea con la indiferencia.

Lo femenino reprimido, maltratado, atrincherado en su extrañeza y en su ausencia, se deja consolar e instrumentalizar por las religiosidades, sectarias o integristas; entre las que abundan las devotas y las místicas; pero lo femenino desilusionado conforma además las más aguerridas religiosidades ateas.

El realismo femenino aparente se sostiene en esta ilusión: las mujeres no dejan de hacer y no dejan de hacerlo todo, porque no creen totalmente en ello: creen que es una ilusión… siempre a rehacer.

No obstante, el odioamoramiento [hainamoration]femenino del falo no se apaga. Lo femenino sabe cómo combatir tanto la influencia materna del Edipo primo como al padre del Superyó en el Edipo bis. Pero la interiorización femenina de toda esta panoplia psicosexual –que acabo de esbozar esquemáticamente–, en la reserva de la intimidad que ella misma evade, también facilita el contacto intrapsíquico de lo femenino con la pulsión de muerte. Antes y sin que se exteriorice en sadismo, el masoquismo originario es solo una versión melancólica de esa destructividad que esculpe lo vivo, y amasa lo vivo femenino “naturalmente”, por decirlo de algún modo (pensemos en la escena del pequeño Sigmund, junto a su madre amasando Knödels). Freud estipula que el “principio de placer parece, de hecho, hallarse al servicio de las pulsiones de muerte[21]”. Sin embargo, para una mujer, Sabina Spielrein (1885-1942), que lo había teorizado en 1912, antes de Freud, es todo lo contrario: “el instinto de destrucción es inherente a la pulsión sexual” pero “la destructividad es solo la condición de todo devenir”.

Además, con el odioamoramiento del falo, una segunda postura psíquica, que se inicia en el Edipo primo, solo se lleva a cabo durante el Edipo bis: como ser hablante, lo femenino accede al orden simbólico social en calidad de sujeto extranjero a lo fálico; pero en tanto femenino, este sujeto desea obtener un hijo del padre desde el lugar de la madre.

De este modo, del Edipo primo al Edipo bis, lo transformador femenino es un multiverso (tomo prestado este término de la astrofísica contemporánea) al que el encuentro amoroso despierta y reconstruye. A menos que esta estructura en láminas se comprima en anorexia o en frigidez –una cascada de sensorialidades, huellas mnémicas, fantasmas e ideales co-presentes lleva el placer de los órganos al goce femenino–. “Toda mi piel tiene un alma”, escribió Colette. Y yo agrego: toda mi carne tiene un alma. Completitud destotalizada y eclipse del yo: vitalidad absoluta y mortalidades cruzadas de los dos miembros de la pareja.

            Reliance

            La experiencia materna es otro componente de lo femenino transformador, a la que llamo una reliance. Un erotismo en el sentido en el que el psicoanálisis entiende al Eros como una “reunión, la síntesis de la sustancia viva dispersada en partículas, y esto, desde luego, para conservarla[22]”.

Originariamente experiencia biopsíquica, la reliance –de la mujer y del hombre– puede rechazarse o transponerse en las profesiones de la educación y de los cuidados, o en diversos compromisos sociales. Pero se invierte en mère-version[23][N. de t.: juego de palabras entre père (padre), mère (madre), version (versión) y perversion (perversión) que tiene la misma sonoridad que père-version], cuando la libido de la amante desvía hacia el niño sus pulsiones insatisfechas.

Antes de que se convierta en un “continente”, del que se desprenderá la creación de los vínculos psíquicos[24], el erotismo materno es un estado: un “estado de urgencia de la vida[25]”, una calidad de energía siempre ya psico-somática, dada y recibida para “estar a la altura necesaria para la conservación de la vida”.

Pero mientras que la libido de la amante está dominada por la satisfacción de las pulsiones, el erotismo materno despliega la presión libidinal en ternura; más allá de la abyección y de la separación, la ternura es el afecto elemental de la reliance.

El erotismo materno se nos presenta como una inversión de “doble ganancia” pulsional en todos los niveles del aparato psíquico y, por lo tanto, constituye una condición esencial para la mutabilidad del aparato psíquico de la madre y del niño.

Dos factores internos a la intersubjetividad materna fomentan este metabolismo de la pasión destructora en desapasionamiento vinculante: estos son, el Edipo bifaz de la mujer revivido y adaptado a la nueva pareja parental, y la relación materna con el lenguaje.

Sobre estos dos pilares, se edifica un verdadero ciclo sublimatorio[26]en el aprendizaje que hace el niño del lenguaje. A aquellos que afirman que a lo femenino le falta humor, recordémosles la economía de este ciclo sublimatorio que es literalmente la que Freud observa en la emisión y en la recepción de la humorada [mot d’esprit]: luego de haber sido sorprendido y de caer en la trampa, el interlocutor está invitado a recrear la historia; el niño, también.

RELIANCE, entonces.Luego de haber destacado, con Winnicott, la separación y la transicionalidad, y con A. Green la locura materna, me parece importante insistir hoy sobre esta vertiente materna que MANTIENE el investimiento y el contra-investimiento de la ligazón y del desligazón en los vínculos psicosomáticos, de modo que permanezcan abiertos, para detectar y para recrear. A este erotismo específico que mantiene la urgencia de la vida hasta los límites de la vida, lo llamo una reliance.

Sobreviene entonces un tiempo espiralado y de rebotes: el tiempo materno como un comenzar y como un recomenzar.

Herética del amor

Las mujeres quieren ser libres de decidir si ser madres o no serlo. Algunas apelan sencillamente a las maternidades asistidas, sin prejuicios: ¿será porque la vertiente presubjetiva del erotismo femenino las familiariza con esa desposesión de sí que la ciencia moderna le impone a lo más íntimo? Al mismo tiempo que lo femenino transformador no se libera de los dogmas y de las normas, sino que las modula en conceptos dinámicos. Y alcanza entonces esa ética en suspenso que especifica… el propio psicoanálisis.

            Al psicoanálisis le corresponde continuar creando nuevos conceptos de metapsicología para desarrollar –en función de la escucha de la sexualidad de la amante– la elucidación y el acompañamiento del erotismo materno en su especificidad. De lo contrario, la emancipación del sujeto mujer está destinada a ser solo un engranaje sin ética en la automatización de la especie humana. Si el amor es (según Spinoza) la faceta íntima de la ética, lo femenino no es ni una ideología ni una moral, sino que aparece como una “herética” del amor.

            Los umbrales de esta transformabilidad son escollos con los que el porvenir femenino tropieza o por los cuales acaba convirtiéndose en sufrimiento o en síntoma patológico, por un lado, o por los que deviene en complicidad con el conformismo o con el totalitarismo social, por el otro. Pero cuando logra frustrarlos –al asociarse con lo masculino de un compañero, al confiar en la complicidad de una pareja o en el apuntalamiento de una comunidad, atravesando la soledad y los conflictos, y con la ayuda del psicoanálisis, por ejemplo…–, lo femenino irradia una madurez que parece faltarle al “bebé macho” agazapado a la sombra del poder y de la seducción masculina. Antes de que lo femenino del hombre restablezca la transformabilidad.

3. Singularidades y metamorfosis de la parentalidad

Partiendo de aquí, les propongo pensar que lo femenino“estructura abierta” ydestotalizada– participa de la superación y de la legitimación en marcha de las identidades sexuadas Y generizadas, de su destino singular y compartible. El tercer milenio será el de las oportunidades individuales, es decir, singulares. O no lo será[27], si se deja envolver en las similitudes y en los likes banalizados por la automatización transhumanista que está en proceso de instalar la dominación binaria de “los que lo tienen” por sobre “los que no lo tienen”.

El “trauma” de la diferencia de los sexos, que Freud medita incluso en su Esquema (1939-1940), se disimula cuando no “desaparece” en la multiplicación de géneros que reivindican las apasionadas luchas subversivas. Sin embargo, el alcance liberador del género desestabiliza al propio “sexo psíquico”, y revela las zonas traumáticas de la subjetividad en las que se fisura ese vínculo primordial con la vida que es la sexuación. Sin sucumbir en la escisión, pero codeándose con ella, la angustia de castración y del vacío, tanto como el alarde fálico, pueden instalar síntomas que, lejos de erotizar (J. Butler) a lo femenino, lo “desensamblan” y lo conducen al retraimiento del otro y de los vínculos, cuando no lo condenan al profundo vértigo del ser que obliga a “cambiar de cuerpo” por medio de la manipulación hormonal o incluso genética. Al analista (hombre o mujer) se lo conduce entonces a recrear –en su escucha– lo femenino (en el sentido de la transformabilidad y de la reliance) para acompañar los síntomas de esos “seres que son de otro modo” [“êtres autrement”] hacia la creatividad.

De entre esos síntomas, podría haber evocado los siguientes: la fatiga incurable, la tensión agotadora, la incapacidad de elegirse, abrumado en medio de las posturas y de los objetos de deseo masculinos y femeninos; los celos implacables hacia “la otra mujer”, signo de la negativa de aceptar su feminidad sexuada o generizada que pasa del odio a la ternura en la transferencia con la analista mujer;  o la compulsión desenfrenada de hacer para no ser, de anularse a fuerza de hacer, y que se entrega a una narración alucinada, socavando lo femenino del analista hombre; o incluso de la radicalización integrista de una adolescente que se decía feminista porque “odiaba a los hombres”, pero que estaba lista y dispuesta a “embarazarse por Alá”…

Estas observaciones me llevan a un tema tan normativo como candente: la heterosexualidad.  

La heterosexualidad es el problema

La heterosexualidad (en el sentido de la psiquización de la genitalidad y de la diferencia sexual, incluida la bisexualidad psíquica, y en el sentido de su inscripción en el pacto social) es una adquisición frágil y tardía en la historia de las culturas humanas, y sigue siendo aún hoy la problemática por excelencia, para cada uno de nosotros: en la parentalidad, y más generalmente en el propio vínculo social.

A partir de ahora, la heterosexualidad ya no se percibe como el medio más seguro y el único para transmitir la vida y para garantizar la memoria de las generaciones. Sin embargo, cualesquiera sean las variantes de la “norma heterosexual” en la psicosexualidad de cada cual, y las aceptaciones o los rechazos respecto de las parejas compuestas de diversos modos, el espejismo de la “escena primaria”, como fantasía originaria que estructura los inconscientes, vincula inevitablemente la diversidad de los erotismos “en el zénit de la procreación”, como señala G. Bataille[28]. Y la heterosexualidad esconde dentro de sí tanto la intensidad extrema como la insostenible fragilidad que viven en la furia de la escena primaria: fusión y confusión del hombre y de la mujer, pérdida exuberante de energías y de identidades, afinidad de la vida con la muerte. La heterosexualidad no es por lo tanto únicamente una discontinuidad (“soy otro/a, solo frente a otro”), normalizada por la continuidad (fusión para “dar” la vida).  La heterosexualidad es una transgresión de las identidades y de los códigos, que no proviene del temor, sino de la angustia y del deseo de muerte, que trae la promesa de vida a través de la muerte. Pero en la cumbre del investimiento, el placer recompensa la castración, la angustia de muerte se eleva en goce y la anula: al tomar forma en la probable concepción de un nuevo ser, extranjero y efímero[29]. Ese es el sentido de la escena primaria. Y de todos los erotismos que se umbilican en ella, hasta el mal de amor que ronda nuestros imaginarios.

La pareja heterosexual es frágil porque la emancipación de las mujeres acentúa lo femenino singular de las madres y de las amantes, y perturba a los hombres que sienten con ellas un “peligro de homosexualidad” (Colette) –¿femenina o masculina? –. A menos de que se trate de una esperanza.

En vano nos afanamos en buscar qué sucedió con los “valores humanistas”. Y si la pareja heterosexual y su familia no fuera acaso el blanco, precisamente, en lugar del “valor” (que se perfila como una preocupación por paliar la soledad, por prolongarse y transmitir). La biotecnología de la reproducción y el matrimonio para todos en nada alteran la cuestión: nuestros fantasmas convergen inconscientemente hacia esa herencia arcaica de la paternidad.

La pareja heterosexual, casada, aún nos fascina. No solo el matrimonio como institución la normaliza, sino que el cine, de Hollywood a Bollywood, nos la impone como modelo hasta el cansancio. La Pareja: enigmática, escandalosa, detestable y por eso mismo deseable. La heterosexualidad es y será el problema. A partir de entonces, desde y con lofemenino transformador singular, infinitas son y serán las metamorfosis de la paternidad que el psicoanálisis se prepara para acompañar.

Señora Presidente, las mujeres no son las propietarias de lo femenino transformador y siempre en potencia que participa, junto con lo masculino, de la psicosexual dad de los vivos que hablan e imaginan. Desde el último Freud y en las mutaciones sociohistóricas hoy, lo femenino se nos aparece en el corazón de la experiencia psicoanalítica. ¿El psicoanálisis será una de las posibles sublimaciones (¿o la última?) de ese femenino?

En función de la psicoanalista clínica que es usted, y según sus propias palabras, “la escucha psicoanalítica” está al acecho de “la presencia del cambio en cierta dimensión del funcionamiento psíquico” –de lo sensorial a lo lingüístico (de lo “semiótico” a lo “simbólico”) y es capaz de inducir al paciente “a colaborar con la tarea de transformar [esos] elementos”–. Y usted anticipa que: solo “una mejoría en el vínculo con la analista y la capacidad de ella de recibir y contener las anisedades del paciente hiciereon posible esta transformación »[30]”. 

Como Presidente de la IPA, se le solicita y se le solicitará mucho su plasticidad, ¡siempre tan discreta y eficaz! “Renacer nunca estuvo por encima de mis fuerzas”, escribió Colette[31] (1873-1954), uno de esos genios femeninos “transformadores”, cuya lectura nos revitaliza. Que este lema la acompañe.

¡Buena continuación y mucha suerte!

Traducción: Lucía Vogelfang


[1] En Oeuvres completes, tomo I, Gallimard, col. « Bibliothèque de la Pleiade », 1984, p. 1088. [Nota de traducción: Hay traducción al español: Colette, La vagabunda. España: Argos Vergara, 1982, p. 29.]

[2] Freud, Nouvelle suite des leçons d’introduction à   la psychanalyse, XXX: 1° Leçon: La decomposition de la

personnalité psychique in Oeuvres completes – Psychanalyse – vol. XIX: 1931-1936, PUF, 2004 p.140-163. [Nota de traducción: Hay traducción al español: Freud, 31ª CONFERENCIA. “La descomposición de la personalidad psíquica”, 1932.]

[3] Cf. Abrégé de psychanalyse, 1938/1949, PUF, p. 244. [N. de t.: Hay traducción al español: S. Freud, Esquema del psicoanálisis, en Obras completas, Tomo XXIII, Buenos Aires: Amorrortu, 1976.]

[4] Cf. S. Freud, «Deux: principes dans le cours du développement psychique», 1911. [N. de t.: Hay traducción al español: Freud, “Los dos principios del funcionamiento mental”.]

[5] Cf. C. Levi-Strauss, Nous sommes tous cannibales, Seuil, 2013, p. 214-215. [N. de t.: Hay traducción al español: C. Levi-Strauss, Todos somos caníbales. México: Fondo de Cultura Económica (Popular, 723), 2014.] El grito de la hembra ya no sería un impulso hormonal del ciclo ovárico, sino el “signo” de la inversión psíquica en curso del partenaire masculino.

[6] Cf. J. Lacan, Écrits, Seuil, 1966, p. 694. [N. de t.: Hay traducción al español: J. Lacan, Escritos. Buenos Aires: Siglo XXI, 2008.]

[7] S. Freud, Malaise dans la culture (1930), PUF, t. XVIII, p. 245-333. [N. de t.: Hay traducción al español: S. Freud, El malestar en la cultura, en Obras completas, Tomo XXI. Buenos Aires: Amorrortu, 1978.]

[8] « De la sexualite feminine », 1931, y « La Feminité », en Nouvelles suites de lecons d’introduction à la

psychanalyse, 1933. [N. de t.: Hay traducción al español: S. Freud, “Sobre la sexualidad femenina” y “La feminidad”, en Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis.]

[9] S. Freud, Malaise…, op. cit., p. 293.

[10] Ibid., p. 333.

[11] Para retomar la expresión de Françoise Coblence, cf. Révue française de psychanalyse, vol. 74, 2010, pp. 1285- 1286.

[12]  [N. de T.: la palabra reliance es un neologismo producto de la sustantivizacion del verbo relier, que significa unir, vincular, y refiere al lazo de confianza, de entrega y de devolución, que sustenta el vínculo materno y que funda una ética herética.]

[13]   Helen Deutsch (1884-1982) fue la primera en diagnosticar la “personalidad como si”, inaugurando así la clínica de los “falsos selfs”. Cf.  La Psychanalyse des névroses, Payot, 1970, pp. 275, 285.

[14]   Melanie Klein, una mujer psicoanalista, es quien plantea, desde los comienzos de la vida, un “yo” capaz de “relación de objeto”, aunque más no fuera parcial (el seno). Y es una mujer filósofa, Hannah Arendt, quien condena el aislamiento melancólico de sus colegas hombres, al sostener que el “yo-solo” “solo le pertenece a los otros”.

[15]   Hanna Segal identifica las “ecuaciones psíquicas” previas a los “verdaderos símbolos” de la “posición depresiva”, en “Note on symbol formation”, en International Journal of Psycho-Analysis, col. XXXVII, 1957. [N. de t.: Hay traducción al español: H. Segal, “Notas sobre la formación de símbolos”, en Revista uruguaya de psicoanálisis, Asociación psicoanalítica del Uruguay, ISSN 1688-7247 (1966) (En línea) (VIII 03), disponible en: http://www.apuruguay.org/apurevista/1960/168872471966080404.pdf y en : H. Segal, “Notas sobre la formación de símbolos”, en Revista de psicoanálisis, Asociación psicoanalítica de Madrid, 1995.]

[16]  Sobre la cual Freud decía que “Desgraciadamente, […] el psicoanálisis [no] tiene mucho que decirnos sobre la belleza.” Cf. Malaise…, PUF, p. 270.

[17]   Cf. J. Lacan, Éthique de la psychanalyse, (1959-1960), Seuil, 1986, p. 87-102. [N. de t.: Hay traducción al español: J. Lacan, El Seminario, libro 7: La Ética del Psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós, 2015.]

[18]   Cf. S. Freud, «Le Moi et le Ça», 1923, PUF, p. 275, 276. [N. de t.: Hay traducción al español: S. Freud, “El yo y el ello”, en Obras completas, Tomo XIX, Buenos Aires: Amorrortu, 1976.]

[19]   Cf. S. Freud, « De la sexualité féminine », 1931, PUF, t. XIX, p. 12.

[20]  [N. de t.: traducción de ab-sence que, literalmente significa, “ausencia” pero que es un juego de palabras que remite a “sinsentido”, a la falta de sentido.]

[21]   Freud, « Au-delà du principe de plaisir », 1934, p. 337. [N. de t.: Hay traducción al español: S. Freud, “Más allá del principio del placer”.]

[22]   Freud, “Le Moi et le Ça”, 1823, p. 283. Y Lou Andreas Salomé: “[…] andar a tientas en el espacio […] y en nuestro propio cuerpo con confianza, del mismo modo en que una mano se tiende hacia la otra […]con toda la interioridad de la criatura para la cual esa relación aún no se ha oscurecido en lo más mínimo” (“Carta a Rilke, del 1º de marzo de 1914”, en Correspondance R.M. Rilke et Lou A. Salomé, Gallimard, 1979, p. 231). Antes de atribuir a lo materno precisamente esa capacidad de moldear y de superar la “escisión patológica” para “llevar a cabo el tejido” entre la realidad interior y la realidad exterior, entre materia y símbolo, entre masculino y femenino, y “restituir la pérdida que sufre el proceso de individuación”.

[23]   Según la expresión de Isle Barande, “De la perversion, notre duplicité d’êtres inachevés”, 1987.

[24]   B. Brusset, Psychanalyse du lien, PUF, 2005.

[25]   Cf. “Not des Lebens” al que se refieren Heidegger y Lacan.

[26]   J.-L. Baldacci, “Dès le début, la sublimation ?”, en Bulletin de la SPP, n° 74, 2004, p. 145.

[27]   “Los dos sexos morirán, cada cual por su lado”, Alfred de Vigny, retomado por Marcel Proust.

[28]   L’Erotisme, 1957. [N. de t.: hay traducción al español: El erotismo.]

[29]   Esta intimidad entre dos inconmensurables “rompe los lazos colectivos de la raza y de la nacionalidad”, “y la clase social y lleva así a cabo una importantísima labor de civilización”, escribe Freud (Psychologie des masses et analyse du Moi, 1921) [N. de t.: Hay traducción al español: Freud, Psicología de masas y análisis del yo].

[30]   Cf. Tiempo de cambio, Cap. 4, pp 99,Karnac

[31]   La Naissance du jour, O.C., Pléiade, III, p. 349.

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