1. Estilo
Quizás el psicoanálisis tenga un componente talmúdico, y por eso no nos es ajena la disciplina del comentario. Comentamos los textos de Freud, y los comentarios a los textos de Freud, y los comentarios de los comentarios, en una cadena que podría prolongarse al infinito. Eso explica nuestra autoreferencialidad, y el modo en que -como pensaba Foucault- cuando un nuevo campo es inaugurado, la figura del autor fundador de ese campo es imposible de evitar. A diferencia de lo que sucede en la ciencia, donde el lugar de los fundadores suele ser el del olvido, en psicoanálisis todo el tiempo pivoteamos en torno a los autores fundadores de una nueva discursividad, por empezar Freud.
Nuestro campo se organiza en torno a autores, y así nos identificamos -como si se tratara de clanes totémicos- tras los estandartes de Klein o de Lacan, de Winnicott o de Bion, o del primero de todos, Freud. A menudo la utilización de determinado instrumental teórico para leer la clínica deviene identificación masiva, y acabamos clonando a los autores que admiramos. Y así, inadvertidamente, echamos a perder la oportunidad y a la vez la necesidad perentoria de tener un estilo, lo que nos hace únicos en tanto analistas. Y no hay manera de acompañar a nuestros pacientes en la búsqueda de su propio estilo -parte ineludible de un análisis- si quien conduce la cura no ha cultivado el propio.
En sus estilos divergentes y a la vez hermanados, Marcelo y Leo cultivan una aproximación onírica a la clínica y a la realidad de lo traumático. De las respuestas de Leo en su contenido, y de las de Marcelo en su forma, se trasluce su abordaje poético para nombrar lo que nuestras teorías y nuestras interpretaciones pretenden nombrar. No puedo sino acordar con ese modo de acercarse, al sesgo, a lo que nos concierne. Cernido por la lengua seca del positivismo, el inconciente se reduce a una banalidad y nuestra disciplina, lejos de ganar con una asimilación triunfal en la ciencia, se degrada en una práctica paramédica. Nosek pareciera rescatar para nuestra praxis el marco, el fundamento y el paraguas de un humanismo ilustrado y crítico. En ese sentido, lo que anima sus palabras -y las mías también- no es es un complejo de inferioridad atado a la cientificidad debatible de lo que hacemos, sino una confianza plena en la potencia de nuestos instrumentos y en la tradición humanista de la que surgen.
¿Por qué esta larga introducción a un comentario de las entrevistas a Marcelo Viñar y Leo Nosek? Porque si algo tienen Viñar y Nosek -Marcelo y Leo para mí, que no pretendo hacer ningún comentario objetivo acerca de analistas a quienes admiro y de quienes aprendo y cuya amistad me honra- si algo tienen como una marca inolvidable, es un estilo. Cada uno tiene el suyo, y sus estilos se diferencian, pero al mismo tiempo sintonizan en una frecuencia secreta. Marcelo y Leo, cuando se los lee, cuando se los escucha, nos muestran también una poética analítica, un modo de entender el psicoanálisis y el mundo, un modo de practicar nuestra artesanía clínica y un modo de intervenir en la escena del mundo. Ambos discursos son afilados, no pretenden agradar a todos y quizás por eso algo nos dicen, apresan el hueso -al menos por momentos- de alguna verdad. A su modo, a ambos les gusta provocar, pues el pensamiento se ejercita en el disenso y la esgrima de la discusión, y ambos aman pensar. Marcelo Viñar y Leo Nosek, cada uno a su manera, atizan mi confianza en el movimiento psicoanalítico aun en momentos sombríos.
2. Geografía
Tanto Leo como Marcelo hablan desde una realidad situada, la de sus sociedades. En ambas he tenido la dicha de estar, en ambas su vitalidad desborda cualquier trípode formativo o palestra de discusión interna, para irradiar en las ciudades que las cobijan, en sus librerías y universidades, en bienales y museos, en el consultorio y en la calle. Ambas sociedades, APU y SBPSP -sociedades que quizás deban su fortaleza a haber sabido tramitar sus diferencias sin escindirse- conjugan el psicoanálisis a su modo. Allí se editan revistas maravillosas como la RUP, como IDE, como la Revista Brasileira de Psicanálise. El estilo también es un asunto societario, y basta asomarse a cada una de ellas para percibir un aire diferente, quizás afines al de cada ciudad: la industriosa San Pablo, la amable Montevideo. Si en San Pablo tuvimos la primera reunión donde comenzó a gestarse Calibán, fue en Montevideo donde se presentó el proyecto editorial. Ambas sociedades funcionan quizás, para el psicoanálisis argentino, como ese Otro donde no están ajenas las rivalidades, pero tampoco las complicidades e inspiraciones.
Marcelo rescata el modelo uruguayo, que incluye a Latinoamérica en un diseño del adiestramiento analítico que de otro modo se hubiera reducido -literalmente- a optar entre un lado u otro del Canal de la Mancha. Ésa es la diferencia que-de lo sublime a lo ridículo, decía aquel chiste freudiano-, según Leo, se importa absurdamente en nuestras sociedades latinoamericanas. Pero también es cierto que desde aquí se la procesa -antropofágicamente- para re-exportarla con acento latinoamericano.
Por lo que he aprendido de Leo, sin embargo, me veo obligado a disentir con él cuando dice que “el conocimiento es universal, no existe un álgebra árabe”. Pues sí existe un álgebra árabe, o en todo caso el álgebra no sería posible sin el árabe, sin India tampoco. Allí se inventó la numeración posicional, también el 0, introducidos por comerciantes árabes en Occidente. Habrá leyes de validez general, pero el inconciente se declina en plural, en distintas lenguas, entre lenguas. El conocimiento siempre es conocimiento situado, el Inconciente es el discurso del Otro, y ese Otro muda, muta, habla distintas lenguas y habita distintas épocas. Por eso mismo no puede privarse al psicoanálisis de otras regiones de la diferencia preciosa que el psicoanálisis latinoamericano encarna.
Tanto Leo como Marcelo son analistas tan cosmopolitas como situados localmente. No reniegan de su geografía ni hacen de ésta un complejo de inferioridad frente al psicoanálisis de las metrópolis. Se rebelan de algún modo tanto contra la hegemonía del inglés como contra la condena de practicar un psicoanálisis menor. Ambos practican -también a mí me gusta pensarlo- un psicoanálisis en lengua menor, y por eso mismo, por la afinidad que la lengua menor -siempre refractada en la traducción- tiene con el inconciente, acabamos cultivando un psicoanálisis más puro. Mientras más mestizo es, mientras más antropofágico, mientras más marginal, más cercano a lo que fue en sus orígenes nuestra disciplina. En ese tiempo cercano al descubrimiento, en el que la profesionalización no alcanzaba a imaginarse aún.
El psicoanálisis que proponen Leo y Marcelo en sus comentarios, pese a haber sido ellos mismos líderes políticos oficiales del psicoanálisis latinoamericano, es un psicoanálisis irreverente. Frente a una potencial condena por herejía, lo que rescatan uno y otro es el modo en que puede sostenerse una diferencia. Y es esa diferencia latinoamericana (nuestra versión de la “excepción francesa”) que podemos exportar un modo de formación (el modelo uruguayo) o que podemos mostrar publicaciones de vitalidad inusitada (como Calibán) o que podemos mostrar al mundo, aun en países empobrecidos, aun sin asistencia estatal de ningún tipo, lejos de cualquier estado de bienestar, un psicoanálisis pujante, vivo, joven, que habita las calles y las conversaciones cotidianas, con la vitalidad que pareciera encontrarse solo en los márgenes.
Y si existe una irreverencia latinoamericana -dice Leo: no queremos ser curados– también existe otra irreverencia psicoanalítica, que se resiste a reducir nuestra disciplina a un mero auxiliar de la medicina, a una profesión paramédica. Y para ello ambos anclan el psicoanálisis al suelo fértil de la cultura, a la que a su vez el psicoanálisis fertiliza -en una suerte de mutualismo- aún más.
3. Política
¿Cómo pensar el psicoanálisis sin pensar en el mundo?, se pregunta Nosek y en su pregunta hay una toma de posición. El mundo entra en nuestros consultorios a través de las mutaciones clínicas, de las circunstancias económicas, del estado de las transferencias hacia el psicoanálisis. Quizás sirva esta imagen para mostrarlo: mi consultorio tiene un ventanal que ocupa toda una pared, hacia la cual tanto yo como quien se tiende en mi diván miramos. Allí un conjunto de árboles marcan el paso del tiempo, de las estaciones. Tras los árboles, se vislumbra un viejo castillo en medio de un parque, que fue hasta hace un par de décadas un conocido sanatorio psiquiátrico, fundado por alguien que conoció a Freud. En estos momentos, en el parque donde los locos encontraban a quien los escuche (incluso el gran psicoanalista Enrique Pichón-Rivière se internaba allí para curarse de su alcoholismo, y se cuenta que aún internado daba clases a quienes lo trataban), se están cavando los cimientos de unas torres de departamentos. Por la altura prevista, es claro que han obtenido un permiso de construcción “especial” (pues excede la altura permitida en la zona). La corrupción, esa corrosión del lazo social, el capitalismo desaforado que destruye la experiencia convirtiéndola en metros cuadrados rentables entra por mi ventana y enmarca lo que mis pacientes hablan, sus peripecias y sufrimientos. El psicoanálisis restaura algo de esa experiencia destruida.
La escena del mundo (esa otra Otra Escena) está presente en cada palabra de lo que Marcelo y Leo hablan. Sea el mundo que vio nacer al psicoanálisis, o el de su despliegue global a partir de las gestiones del nazismo, como el mundo de hoy que torna incierto todo, incluido el psicoanálisis. Y la permeabilidad de ambos a una lectura del mundo no empobrece la clínica sino que la hace sensible a los tiempos. Y por eso mismo, con más posibilidades de encontrar un lugar en la escena futura del mundo.
Hay un espacio que ambos discursos abren al Otro, el Otro nos funda. Pero en vez de Otro metropolitano, de habla inglesa o francesa o alemana, que nos hable desde la Europa que vio nacer a nuestra disciplina y que podría marcar el paso estándar de una práctica supuestamente pura, Marcelo y Leo hacen lugar a otro Otro: el Otro de nuestro subcontinente (el más inequitativo del planeta, dice Marcelo); el Otro de las disciplinas de la cultura que nos interpelan; el Otro de extramuros, cuando fuera de nuestros consultorios hay tanto por hacer como dentro de ellos. Las fronteras del aparato psíquico son apenas una variable en un mundo de fronteras porosas y peligrosas, de fronteras que generan segregación y violencia, diálogo fecundo y pensamiento complejo. Ubicando al psicoanálisis en un mapa con fronteras más extensas, paradójicamente, resaltan con fineza nuestras singularidad irreductible.
4. Oficio
Tras los comentarios de Leo y Marcelo hay un profundo amor por este oficio extraño que compartimos. Y pudiendo desempeñarlo con la arrogancia de quienes han caminado mucho, de aquellos a quienes se ha reconocido largamente, lo hacen sin embargo con frescura juvenil. Ambos son mayores y experimentados en una profesión que permite trabajar por fortuna hasta una edad en que un cirujano o un maestro llevarían décadas jubilados. Y sin embargo, de sus dichos, de su posición, se trasluce un fervor adolescente, la frescura de quien no da nada por seguro, el entusiasmo de quien confía en el futuro y en el inconciente, en el futuro del inconciente tal como el psicoanálisis lo formaliza.
Entonces, desde la inimputabilidad que dan no los años sino su irreverencia de librepensadores, cuestionan tanto la defensa de la tortura como práctica de estado como el goce de la víctima anclada a su padecimiento; tanto el traslado de categorías psicoanalíticas a un campo que, como lo político, las excede, como a un discurso autoerótico ajeno a las vicisitudes de la polis; tanto el fundamentalismo de las cuatro sesiones como la identificación del psicoanálisis con la liquidez posmoderna.
A su modo, Marcelo y Leo defienden la posibilidad de soñar frente a lo traumático, la posibilidad de desear frente a la pulsión de muerte, la apuesta por un futuro posible e incierto frente a la pasión narcisista que nos deja fijados a un pasado de gloria, la confianza en nuestra posibilidad de pensar en nombre propio frente a las pleitesías filiatorias y el encandilamiento con lo foráneo.