Coexistência, de Eduardo Kobra (Photo NELSON ALMEIDA / AFP)
La pandemia del corona virus nos hecho vivir una de las experiencias más traumáticas de las últimas décadas, a nivel mundial. Irrumpió sorpresivamente amenazando nuestras vidas, sin distinguir lo que siempre ha separado a la humanidad, clase, raza, etnia, religión, etc. Hemos y seguimos siendo espectadores impotentes de la velocidad del contagio y del poder destructivo de este invisible enemigo. La angustia de muerte se coloca en el primer plano generando fantasías y sentimientos que van desde el miedo, terror y hasta desesperación.
Como analistas nos hemos formado para poder trabajar con lo desconocido, lo imprevisto, lo incierto, con los niveles mentales más profundos y primarios de nuestros pacientes, desempeñando la función de contención para ayudar a que éstos se fortalezcan y logren una mejor integración de sus emociones y pensamientos.
Además, nuestros análisis nos han confrontado con nuestra propia vulnerabilidad y con aquellas zonas desconocidas desde las cuales se pueden desplegar tanto nuestras mayores angustias como nuestras más altas capacidades creativas.
Frente a la arremetida del corona virus los analistas también nos hemos visto arrastrados a sufrir el desconcierto y la angustia frente a nuestras vidas, la de nuestros seres queridos y de la de nuestros pacientes. El aislamiento y la incertidumbre del mañana también nos ha descolocado, vivimos con preocupación a que nuestro orden de vida, tan esmeradamente construido, parezca desvanecerse.
La seguridad y estabilidad que nos venían proporcionando nuestras referencias del trabajo clínico de pronto se vieron amenazadas, alteradas, desorganizadas, generándose más bien cierta urgencia por pensar en modos de atención que permitan sostener, medianamente, la continuidad de la relación con nuestros pacientes.
Así como nuestra practica clínica se vio abruptamente interrumpida nuestra mente también se impactó, se paralizó. La angustia de pérdida nos invadió generando, en nosotros también, la ansiosa y urgente necesidad de ser sostenidos. Los analistas también buscamos en “los otros” compartir la vivencia de extrañeza, el desconcierto ante la incertidumbre, intercambio de afectos como primer paso para identificar y nombrar nuestras fantasías y sentimientos de desasosiego.
En la intimidad de los grupos con colegas hemos podido comprobar que el reconocimiento de la fragilidad de nuestra individualidad y la necesidad de “estar con” los otros constituye un primer paso para recuperar nuestra capacidad para pensar y concebir que sí es posible continuar con el trabajo analítico, sobretodo con los niños.
Los grupos de colegas cobran una significativa importancia en momentos de crisis, como los que vivimos hoy, pensar juntos brinda la contención que necesitamos para enfrentar el desafío de tolerar el proceso de inserción a una realidad impredecible. Escucharnos no solo nos permite reconocernos, además ofrece el refuerzo narcisista del yo y cierto reaseguramiento, indispensables para reconfigurar nuestra identidad pensando en ideas pragmáticas, reflexivas y creativas.
La unión entre nosotros como apuesta de la pulsión de vida requiere ser fortalecida para estemos en condiciones de ocuparnos de los otros.
Mag. Carmen Rosa Zelaya
Comisión Niñes y Adolescencia FEPAL
05 de Abril del 2020