Por María Luisa Silva
Psicoanalista Didacta de la Sociedad Peruana de Psicoanálisis – SPP
Comunicar con cierta claridad acerca de lo que se está viviendo en el Perú me parece una tarea sumamente difícil. La situación es en extremo caótica y confusa por la multiplicidad de factores que intervienen. El detonante fue el intento fallido de golpe y la destitución del expresidente Pedro Castillo. Como reacción, una población enardecida que, desconociendo este intento golpista, responsabiliza a las maniobras del Congreso de la República y a la sucesora Dina Boluarte por lo que consideran un injusto arrebatamiento del poder de quien fuera el presidente que por primera vez los representaba.
A partir de ahí, la ola de violencia se desata y una serie de estallidos desarticulados de marchas y bloqueos van confundiéndose por todo el país, aglomerando a justas reivindicaciones, oportunismos políticos, poderes económicos legales e ilegales, vandalismo delincuencial, entre otros. La respuesta peligrosamente errada del gobierno es el uso de más violencia indiscriminada, que por tratar de neutralizar a los manifestantes “con mano dura” mata ciegamente a más de 50 ciudadanos. El nuevo gobierno demuestra así su incapacidad de mantenerse dentro de los límites de la institucionalidad y su sordera para escuchar las demandas de una población largamente olvidada. De esta manera, la violencia escala y se extiende a la población en todos los ámbitos de la vida social, a través de actitudes confrontativas y polarizadas que impiden por completo el diálogo entre peruanos.
¿Cómo dialogar, si la discriminación, el racismo y la intolerancia por lo diferente emergen con gran crudeza en estos tiempos de turbulencia? Una severa crisis donde el desgobierno, el tribalismo, el fanatismo del pensamiento único y el ataque a la alteridad dominan el escenario social y político, y nos ubica no solo ante una democracia amenazada, sino ante la imposibilidad siquiera de sentirnos compatriotas.
Lamentablemente, ya no nos sorprenden estos ciclos de inestabilidad y violencia en un país donde las reglas de la institucionalidad democrática están a la deriva y son constantemente burladas. Crisis y detonantes políticos actuales o de mediana data, pero que nos remiten a fisuras atávicas desde la fundación de nuestro país.
Ojalá podamos valernos de esta convulsionada experiencia para empezar a elaborarla verdaderamente. Una elaboración que tendría que apuntar hacia la indispensable recuperación de la confianza en la institucionalidad, con un gobierno que escuche con atención y empatía los reclamos de los que se sienten postergados.