Detalle de la portada del libro Discurso del Oso, de Julio Cortázar
Jorge Kantor es un psicoanalista con funciones didácticas, ex presidente de la Sociedad Peruana de Psicoanálisis (SPP). Habló con la columna y nos dio un ejemplo vivo de las relaciones entre la literatura y el psicoanálisis al final de su entrevista, un cuento propio.
Entrevistado por Vero Vigliano
1 – ¿Cuál es la relación entre literatura y psicoanálisis?
La literatura influye al psicoanálisis y el psicoanálisis influye a la literatura, es entonces una relación recíproca.
2 – ¿Cómo influye la literatura de ficción en su trabajo como psicoanalista?
Con imágenes, figuras, frases, historias, provenientes de algún texto literario, los mismos que me sirven para entender una situación dada de una persona en consulta.
3- ¿Qué obra o autor de Literatura le inspiró a ser creativo en su trabajo?
Los Thibault de Roger Martin du Gard. Jorge Luis Borges (El Aleph, El jardín de los senderos que se bifurcan) y Julio Cortázar (Rayuela, Historia de cronopios y famas).
4- ¿Cuál es el papel de la literatura en este momento de aislamiento social?
En realidad, aún es temprano para sacar conclusiones. Por lo pronto, cabe pensar que los libros pueden ser de esos amigos que nos están acompañando.
5- ¿Pudiera recomendarnos literatura para niños y adultos que pueda ser de interés durante el aislamiento social?
Julio Verne, parece una excelente opción.
Aquí un ejemplo de la relación entre psicoanálisis y literatura:
EL FANTASMA DE LOS CONSULTORIOS
Al oso de Julio Cortázar
Yo soy el fantasma que recorre el edificio, subo por el ascensor, por las tuberías, voy de consultorio en consultorio. Desde que instalaron el aire acondicionado en varios de ellos, el acceso se me ha hecho aún más fácil. No puedo entrar a los departamentos donde viven las familias, pero tengo libre ingreso a los consultorios de los psicoanalistas. No sé por qué pasa eso, pero es así. Me parece que soy como una especie de condensación de partículas que se han ido desplazado de los infortunios, las penas y las lágrimas de las personas que van a los consultorios. Pero me he dado cuenta que también forman parte de mí los descubrimientos inesperados, la risa espontánea y la satisfacción de entenderse. En las noches me echo en los divanes de los psicoanalistas y recreo lo que ha pasado en cada consultorio ese día e imagino lo que les dirán las personas mañana a cada uno de ellos.
Por ejemplo, a las cuatro y veintitrés de la tarde de un martes cualquiera, en el 201 ya está echada en el diván esa chica a la que le cuesta tanto decir las cosas que siente y piensa, se mueve como tratando de acomodar su cuerpo para que las palabras encuentren un camino de salida, yo le soplo el oído y le digo suavemente: auuu y ella cuenta que le duele tanto cómo le van las cosas. Mientras en el consultorio de al lado, el 202, hay una pareja de esposos enfurecidos que ni bien entraron comenzaron a gritarse, como si hubiesen esperado cruzar el umbral para lanzarse la frustración de su vida marital, yo golpeo un adorno que cae al suelo, la pareja se asusta y el psicoanalista aprovecha la ocasión para decirles: si van a seguir así, las cosas seguirán cayéndose. En el 302 una niña está muy triste porque su amiguita se ha ido a vivir a otro país, yo le acaricio la manito y me siento a su lado un ratito mientras le susurro una canción dulce. Arriba, en 401 un muchacho le dice a la psicoanalista que le preocupa que ella no entienda lo que le pasa a él y lo juzgue con severidad, antes que la psicoanalista diga algo, yo le murmuro: espera, entonces ella calla y escucha. En el 501 la psicoanalista está preocupada porque es la segunda vez que no viene la señora de la bicicleta y parece ser que dejará el tratamiento, yo le aviento una corriente de aire que la hace mirar hacia sus libros y ella posa su vista en las “Historias de diván” de un tal Gabriel Rolón, que toma en sus manos y empieza a leer. En el consultorio de al lado, el 502, la psicoanalista está complacida porque el señor de anteojos gruesos se ha dado cuenta de algo que puede que cambie su perspectiva de las cosas, yo me acomodo al lado de ella y los dos estamos contentos.
Abajo, en el primer piso, se está mudando un psicoanalista, estrenando un nuevo consultorio, donde antes vivía una señora solitaria. Pronto podré entrar al departamento 102 y pasearme por el lugar, recorrer las habitaciones, ver los libros, echarme en el diván y, sobre todo, conocer a cada una de las personas que van a consultarle. Estoy muy emocionado.
Fin
Vero Vigliano
avevig@hotmail.com