Entrevista Leopold Nosek

Escena de la película El Violinista en el Tejado (1971), de Norman Jewison

El Psicoanálisis es una disciplina en movimiento, en constante cambio, por ende los psicoanalistas usamos nuestro pensamiento para cuestionarnos, reflexionar y replantear los nuevos fenómenos psicológicos producto de los cambios económicos, sociales y culturales que acontecen el presente y vislumbran el futuro.

Ciertamente la tarea de preservar el pensamiento psicoanalítico, observando nuestro actuar en base a la ética es compleja, sobre todo cuando nos encontramos inmersos en un mundo que ha tendido al totalitarismo. Por ende, los psicoanalistas en América Latina, necesitamos desarrollar pensamiento crítico y onírico, para combatir las ideologías radicales y la aparente falta de interés por el mundo interior y el conocimiento humano, de algunos sectores de la población vulnerables en   América Latina, que parecen estar atrapados en la repetición del trauma, sin poder elaborar sus angustias.

Invitamos a Marcelo Viñar (cliquee aquí para leer su entrevista) y Leopold Nosek, que fueron presidentes de FEPAL, a responder a una entrevista sobre la temática de la columna.

Leopold Nosek nos presenta una serie de reflexiones que necesitan ser escuchadas, pensadas e incluso debatidas por analistas y candidatos en América Latina.


Leopold Nosek

1. El psicoanálisis en nuestro continente fue construido desde una base conceptual científica europea. ¿Cuál es su visión histórica sobre el movimiento psicoanalítico en América Latina? ¿Percibe algún impacto del contexto latinoamericano en las instituciones psicoanalíticas y en sus institutos de formación? ¿Nos podría hablar de eso?

El conocimiento es universal, no existe un álgebra árabe. Por otro lado, desde el inicio,  el estudio del inconsciente requirió un lenguaje poético. El inconsciente es el territorio del descubrimiento y también de la invención psicoanalítica. No se da a conocer directamente, solo por medio de correspondencias y aproximaciones de validez efímera. El intento de encuadrarlo en una definición nos conduce al positivismo y ahí nuestra práctica se vuelve terapéutica en primera instancia -habremos cambiado nuestra grandeza humanista por una actividad paramédica, con todas las consecuencias de esa opción, lo reduce o estrecha. Nuestros universales ganan necesariamente una expresión singular y efímera, la repetición los desnaturaliza. Es por esta vía que la cultura se presentifica modelada por la diversidad de los tiempos históricos, de geografías y de medios socioeconómicos.

Nuestras instituciones, también hacen ese trayecto, cada una con su historia, su tiempo, su medio y los sujetos que en ellas se encuentran implicados. Tomo como referencia la Sociedad Brasilera de Psicoanálisis de San Pablo de la cual formo parte. Como todas, combina un conjunto de singularidades con trazos comunes a otras instituciones de América Latina. Sus raíces se remontan al estudio de la psiquiatría y el modernismo de los años 1920. Escritores, poetas y artistas plásticos leían a Freud y si se inspiraban en él. Un ejemplo bien conocido es el movimiento Antropofágico de Oswald de Andrade. Las elites brasileras fijaban la mirada en el otro lado del Atlántico, inclusive en su nacionalismos. Esto continúa en cierta medida en el terreno psicoanalítico: nos acercamos a la escuela francesa o a la escuela inglesa, buscamos el “prestigio de marca”, como en una franquicia. Irónicamente, importamos hasta el Canal de la Mancha, es decir, las dos escuelas se aíslan una de la otra.

A ellas se junta un tercer grupo que busca una construcción independiente  y que gana un carácter institucional al rebelarse contra las imposiciones de diferentes ortodoxias. Es un grupo que no busca unidad conceptual – busca libertad creativa. Coincidentemente, ese movimiento se organiza en los años finales de la dictadura militar en Brasil y aquí es necesario tener en cuenta que mi relato, como cualquier otro, está embebido de leyendas y mitos fundadores. Por ejemplo, como herederos de las tradiciones anglosajonas acostumbramos decir que el psicoanálisis surge en una cultura de finales del siglo XIX cuyas características incluyen la represión sexual lo que tal vez se aplique al ambiente victoriano o el inglés, pero no ciertamente a los círculos freudianos del imperio austro húngaro  ya en el declive de su grandeza. Basta pensar en los casos relatados por Freud.

El psicoanálisis en América latina tiene múltiples raíces y yo diría que la prosperidad de un continente no alcanzado por la Segunda Guerra ha sido una de ellas, así como la diáspora psicoanalítica provocada por el nazismo. El psicoanálisis como clínica se organiza en San Pablo con la venida en 1936 de  Adelheid Koch del Instituto de Berlín. No es el caso que me extienda aquí sobre el axioma según el cual el psicoanálisis no se desarrolla en ambientes autoritarios. Libre de la “influencia” de los judíos y de las mujeres, tuvo gran respaldo en la Alemania nazi. La cantidad de clínicas de atención social del Instituto Goering producen envidia a cualquier entusiasta de llevar el psicoanálisis a gente de bajos ingresos. El “alma” ária, después de todo, era pasible de sufrimiento. La IPA acogió en sus cuadros al grupo originario de ese instituto.

No es difícil constatar que actualmente nuestros institutos abrigan un amplio espectro ideológico y político. La dictadura militar del Brasil no puso al psicoanálisis entre sus enemigos, al contrario de lo que sucedió en Argentina. Por otro lado, la diáspora  argentina  contribuyó al desarrollo de muchas sociedades psicoanalíticas alrededor del mundo. Por aquí, varios integrantes del poder se sometieron a la atención analítica, y las instituciones psicoanalíticas asumieron una postura “apolítica” o, en algunos pocos casos, de colaboración. Por ejemplo, hoy conocemos la respuesta de la SBPSP a un pedido de solidaridad a mi querido amigo Marcelo Viñar, que había estado preso en Montevideo; la respuesta oficial, decidida en asamblea, fue que no éramos una organización política pero enviábamos los mejores votos al colega. Fueron los años del terror posteriores al AI5. Yo mismo por años no me he referido a mi prisión política, que antecedió mi periodo de formación. (Un candidato no se manifestaba ni siquiera sobre el psicoanálisis.)

También hoy vemos cómo las crisis económicas, sociales y políticas afectan a los analistas. Asistimos a enormes cambios en el mundo con creciente y astronómica concentración de capital; tenemos la revolución tecnológica, la precarización del trabajo y la decadencia de la clase media; testimoniamos un cambio vertiginoso en la velocidad de la circulación de la información, al lado del achatamiento del tiempo de pensamiento y del espacio onírico. Nuestra inserción social como clase media y prestadores de servicios cambió -no nos olvidemos de que nuestras sociedades son también asociaciones de proyectos profesionales y económicos.

Nuestra clínica también cambió, los sufrimientos que buscan el psicoanálisis se transformaron. ¿Acompañaremos esos movimientos con el desarrollo de nuestras teorías, de nuestras metáforas, de nuestra presencia en la situación analítica? ¿Estaremos prendidos a un pasado pretendidamente seguro e idílico? ¿Cuál es el peso, cuáles las consecuencias de las luchas de prestigio e influencia que se despliegan en nuestras instituciones? ¿Le damos espacio a los más jóvenes? ¿De qué manera el ejercicio de ciudadanía nos concierne en las diferentes coyunturas sociales de nuestros países?

Es preciso tener en cuenta, después de todo, que somos la periferia del capitalismo y que nuestras sociedades abrigan agudas y frecuentes crisis económicas y políticas. Desde mi modo de ver, en el contexto de la IPA, nuestras sociedades se muestran muy abiertas a la búsqueda de participación y aggiornamento, palabra esencial del Concilio Vaticano II convocado por Juan XXIII en 1962. La misa cristiana, obligatoriamente rezada en latín desde el siglo cuarto adoptó las lenguas locales apenas en 1965, por autorización de Pablo VI. ¿No sería interesante que nosotros, psicoanalistas, tuviéramos un concilio y que oficialmente se “autorizaran” las lenguas locales o, mejor todavía, la poética de cada sujeto?

Nosotros, de América Latina, no tenemos porqué cultivar un Canal de la Mancha. Nuestra religiosidad es sincrética y nuestras ortodoxias son vistas por la metrópoli como absorciones incompletas y por lo tanto no son reconocidas. Desde este punto de vista somos analistas menores. En el contexto del anacronismo de escuelas que se debaten por el “verdadero” psicoanálisis, el sincretismo podría muy bien ser nuestra virtud. Es muy común entre nosotros leer en inglés y francés, y nuestra lectura pasa por una traducción que apenas parcialmente preserva los colores del emisor. Esto es inevitable, y vale inclusive para la relación con nuestros profesores y alumnos. La traducción crea una nueva lírica, un nuevo sistema de tonos y significados, lo que también ocurre en la recepción de lo que oímos de los pacientes y en lo que ellos escuchan de nosotros. Somos mestizos, nuestra estética tiene correspondencia no con el surrealismo, pero sí con el realismo mágico. Si la “curación gay” se volvió consensualmente antiética en nuestros institutos, podemos extender este consenso a cualquier forma de sexualidad, volviendo antiética toda y cualquier intención de cura. Pienso que nosotros, latino-americanos, no queremos ser “curados”. Queremos sí, cuidar de nuestro desarrollo a partir de las especificidades de nuestra historia.

2. ¿Cuáles son las repercusiones que los regímenes autoritarios tuvieron en la transmisión de la praxis psicoanalítica en América Latina? ¿Existe alguna especificidad en función de su contexto sociocultural?

Sólo una visión positivista del psicoanálisis ignora estás especificidades. En América Latina no tenemos la hegemonía de la medicina que continúa siendo preponderante en Estados Unidos. En Canadá y en Europa, en general, la fuerte presencia de los seguros sociales determina las condiciones de trabajo de la mayoría de los psicoanalistas. Aquí nosotros todavía creemos en una práctica liberal , mientras que en todo el mundo se asiste a la decadencia de una antigua clase media más ilustrada y de costumbres más aireadas. Están lejos los años de relativa riqueza y prestigio de los que disfrutó la clínica psicoanalítica. Se ha creado una polarización social y política que nos pone cara a cara con movimientos reaccionarios claramente hostiles a las concepciones de cultura y educación en  las que mi generación se formó.  Estas coloraciones ideológicas también pueden aparecer en las sociedades psicoanalíticas pero nuestras instituciones psicoanalíticas se han posicionado en defensa de valores humanistas y democráticos, que son condición de nuestra existencia.

Por otro lado, veo una cierta timidez nuestra en profundizar el debate -efectivamente político-  sobre cómo las transformaciones del mundo entrañan las relaciones más íntimas. En este breve espacio, yo diría que los tiempos de transición en los que vivimos nos traen patologías caracterizadas, antes que todo, por la ausencia de construcción onírica. Como decía Gramsci: “El viejo mundo está muriendo. Un nuevo mundo demora en nacer y en este claroscuro irrumpen los monstruos”. ¿Cómo pensar el psicoanálisis sin pensar en el mundo? ¿Cómo posicionarnos en estos tiempos sombríos? Pensar es intentar ganar altura para mirar las cosas un poco más ampliamente. Es fundamental cultivar preguntas y es fundamental también extraer las consecuencias de las respuestas que encontramos.

3. ¿Cuáles serían las particularidades clínicas del tratamiento psicoanalítico de personas que sufrieron mecanismos represivos en regímenes dictatoriales (guerra, violencia, inmigración)? ¿Piensa que existe un encuadre específico para lidiar con traumatismos tan severos como la tortura?

Freud decía que lo traumático nace de una relación entre lo que nos estimula y nuestra capacidad de elaboración. Esto significa que lo nuevo siempre se inicia por el trauma. Estamos y siempre estuvimos sumergidos en lo traumático. Un ejemplo cotidiano: yo nunca nunca había tenido esta edad de ahora, ella me desafía y me traumatiza y también desafía mi pensamiento a moverse – puedo fracasar…

El traumatismo de la tortura es brutal. El intento del torturador es destruir el pensamiento de forma violenta y cabal, y eso debe hacerse de un modo masacrante. Él precisa destruir al torturado como ser humano. Pretende el “asesinato del alma” para usar la expresión de Shengold en relación al abuso infantil. En verdad, es lo que sucede en cualquier tipo de abuso. Cuando una sociedad acepta que alguien se ha torturado, ella avala el asesinato del espíritu. La sociedad y la cultura, como un todo, sufrirán las consecuencias de la tolerancia con ese gesto, y no puedo dejar de afirmar aquí mi perplejidad y mi repulsa frente a lo que viene sucediendo en Brasil, donde la declaración de apoyo a la tortura fue y continúa siendo minimizada por muchos y hasta incluso respaldada por otros.

El agujero negro de lo traumático nos golpea todos. Reconstruir el espíritu en la clínica individual y en el ámbito social es la misteriosa tarea de todos nosotros. Ese es el centro de nuestra actividad, y es largo el trayecto que se inicia aquí.

4. ¿Cuáles son los impasses del psicoanálisis contemporáneo? ¿Qué es lo que el psicoanálisis  puede ofrecer a la sociedad actualmente?

Pensar es intentar pensar. No creo que nuestras categorías sean suficientes en el ámbito social ni tampoco en la microscopía de la situación clínica. Tenemos que reinventar el psicoanálisis en cada encuentro de la dupla analítica, y esa reinvención es siempre efímera.  Determinadas corrientes intentan asimilar las situaciones políticas a las categorías psicoanalíticas, lo que tal vez sea sólo uno de los monstruos de las transiciones que estamos enfrentando. Además, hemos visto lo que llamo como epidemia de convicciones: fundamentalismos en los posicionamientos políticos, resurgimiento de dogmas religiosos, subversión cínica de marcos civilizatorios, la razón siendo tratada como enemiga. En ocasiones me da la impresión de que estoy asistiendo a Un violinista en el tejado sin rebobinar, de atrás para adelante (la película es de 1971!). El pensamiento se transformen en dogma. Creo que ese movimiento también ocurre entre nosotros, como si buscáramos la seguridad de tiempos supuestamente idílicos.

5. El próximo congreso de Fepal, en 2020, tendrá como tema “Fronteras”. ¿Desde qué punto de vista abordaría las fronteras psicoanalíticas?

En términos  organizativos, recuerdo que  hay una contradicción insuperable entre lo institucional -que por definición necesita de reglas generales y  crea  normas- y lo psicoanalítico -que radicalmente busca lo singular. Así, pienso que el desarrollo de nuestro campo surge necesariamente  de los márgenes,  de los bordes institucionales. Significa decir que tendencialmente los congresos , todos ellos, abordan lo consagrado. Imagino entonces que ellos nos podrían prestar un buen servicio si en principio declarasen que tenemos un objeto (el inconsciente) en crisis permanente. Eso no sería simplemente un lema, un eslogan; nosotros realmente viviríamos la crisis y de hecho nos someteríamos a lo traumático que entraña toda crisis, toda transición y todo movimiento actual.

En el plano teórico, la noción de frontera me parece consolidada entre nosotros. En términos clínicos, creo que la construcción de fronteras entre instancias psíquicas -vida y muerte, adentro y afuera, pasado y presente etc.- se da a partir de la construcción de sueños.

Me gustaría que, a nuestros ojos, la frontera entre el psicoanálisis y las humanidades se  presentaran móviles y porosas, como eran vistas por “el loco” Aby Warburg, lo que nos haría reorganizar constantemente la vecindad entre los libros de nuestras bibliotecas.

Por último, comparto una síntesis como “analista experiente” (es como me tratan últimamente…): tengo tantas preguntas que ningún espacio bastaría para intentar responderlas. Sea como sea, creo que el psicoanálisis continuará contribuyendo, en un plano general, de una manera parecida con lo que siempre me ayudó personalmente: él me permite saber un poco más sobre lo que tengo de destructivo, sobre la banalidad del mal en mí, sobre mi religiosidad, aunque está tomé una forma iluminista.  Él me ayudó a construir una ética de la recepción de lo extranjero y mantener en el horizonte un vislumbre de la grandeza de lo humano, un horizonte de esperanza en su permanente construcción, un horizonte de utopía perenne.

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