EL IMPACTO DE LA PANDEMIA EN LA INTERFASE DE SALUD MENTAL Y EDUCACIÓN

Grupo de Estudios de Psicoanalistas en la Comunidad[1]

En la Semana de la Acción Mundial por la Educación nos centramos  en los procesos de cambio de paradigmas en educación, especialmente el pasaje de la pedagogía de la represión emocional practicada en las familias y en las escuelas, al paradigma de la expresión emocional.

Educar significa conducir o guiar. Sabemos que educa la sociedad entera, lo cual no da garantías de transmitir modos de cuidar las interacciones que favorezcan el desarrollo humano,  porque la sociedad transmite la mentira tanto como la solidaridad en la relación con el otro.

Las instituciones principalmente educadoras son la familia y la escuela y en ambas educar siempre implica un mínimo de violencia porque hay que limitar los impulsos y los deseos y eso causa displacer al ser humano que en el principio de su crecimiento no lo puede tolerar. No obstante una familia y una escuela que puedan respetar y sostener el ser en desarrollo introduciendo frustraciones graduales que la subjetividad pueda tolerar, serán dadoras de un crecimiento en salud, aunque tengan muchos desencuentros en los modos de vincularse.

El área de la salud mental comunitaria puede y necesita dialogar con la Educación, pues son las dos áreas más importantes junto a la de trabajo que intervienen en el desarrollo psicosocial de los grupos y de las personas y son responsables de una distribución más igualitaria de oportunidades  de satisfacción de las necesidades vitales.

Salud mental puede decir algo a la Educación acerca de las mejores formas para conducir el desarrollo humano. Salud mental es un área que se ocupa de distribuir en la sociedad el conocimiento que ha reunido acerca de los practicas a realizar en pos del bienestar en relación al crecimiento y desarrollo humano  para prevenir el enfermar.

Trabajamos en la interface salud mental y educación: somos un grupo de estudios y de prácticas en la comunidad interviniendo para transformar situaciones que interrumpen o/y obstaculizan una existencia con bienestar.

Las actividades desarrolladas por el grupo de estudio de FEPAL “Psicoanalistas en la Comunidad” tienen como pauta el trabajo con poblaciones socialmente vulnerables en América Latina, estructurando estrategias de atención en salud mental que abordan siempre lo colectivo, desde la interfase psicoanalítica, con las demandas que se presentan en diferentes escenarios.

A principios de marzo de 2020, la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró que COVID-19, una enfermedad causada por el nuevo coronavirus, se caracterizaría entonces como una pandemia. El coronavirus ha llegado a poner de relieve las desigualdades estructurales históricamente presentes en América Latina, llevando a algunos a la conciencia de que la pandemia contamina democráticamente a todos los segmentos sociales, sin distinción de clase, género o color. Como dijo el psicoanalista Benilton Bezerra Jr., la pandemia también demostró que es cierto que todos estamos en el mismo mar tormentoso, pero no tenemos los mismos medios de defensa y asistencia. Como siempre, se llega de manera desigual a las poblaciones más vulnerables.

La pandemia ha demostrado claramente que todos los cuerpos son precarios, en el sentido de que siempre somos fundamentalmente interdependientes de muchas formas diferentes. Según la filósofa Judith Butler, dependemos de las redes de otros organismos, instituciones, el medio ambiente, la tecnología y muchos otros dispositivos; ellos brindan las estructuras de apoyo necesarias que nos permiten vivir. Todos necesitamos asistencia médica, educación, vivienda, empleo, no ser golpeados en las calles, no sufrir prejuicios y discriminación. Sin embargo, algunos grupos están más sujetos a diferentes condiciones de precariedad que otros.

Durante la pandemia, en una sociedad caracterizada por la precariedad, se agudiza la situación de pérdida de objetos sociales, como empleos, dinero, vivienda, bienes, etc., que funcionan como formas de seguridad y mediación, en un lugar y momento específicos, comprometiendo la instalación de la confianza a nivel individual y colectivo – confianza en el otro, que está presente cuando se necesita; confianza en uno mismo, en el sentido de percibirse a sí mismo como valioso, reflejado también a través de los ojos del otro; confianza en el futuro, establecida en el vínculo de reciprocidad relacional con el otro, a través de la dimensión de cuidar y ser cuidado. Cuando esta pérdida de objetos sociales se produce de forma extrema, el horizonte que se vislumbra es el de la exclusión.

En la precariedad agravada por el COVID-19, la confianza en el otro y en el futuro está constantemente amenazada por el inminente peligro de muerte, que afecta directamente a la autoconfianza. En la medida en que la dignidad de su existencia esté en riesgo, el futuro se siente amenazador o incluso inexistente. En esta perspectiva, coincidimos con el psicoanalista Marcelo Viñar, según el cual el sufrimiento psicológico de origen social apunta a dimensiones mucho más profundas que el derivado del malestar en la cultura, tal como lo definió Freud ya en 1930.

Partimos de los supuestos de que la experiencia de exclusión está atravesada por la violencia, en sus múltiples expresiones en la rutina escolar; y que la salud mental es un proceso multidimensional, que requiere de la creatividad de diferentes frentes de atención. La violencia impacta directamente en la salud mental de la comunidad escolar, afectando la relación de los profesionales consigo mismos, con el desempeño de su trabajo, con sus alumnos y sus familias, con sus compañeros, con la gestión escolar y con la ciudad donde viven. Desde el momento en que reconocemos las relaciones de interdependencia que nos constituyen, es necesario propiciar la posibilidad de crear redes de contacto, cuidado y apoyo mutuo.

Las actividades del grupo de estudio “Psicoanalistas en la Comunidad” tienen como horizonte la construcción de redes de atención que puedan sustentar las interrupciones y complicaciones en el trabajo psíquico de la comunidad escolar, creando estrategias colectivas que puedan mitigar enfermedades psíquicas, fortaleciendo los vínculos entre el profesorado, estudiantes, familias y la comunidad en general. En este contexto turbulento en el que nos enfrentamos brutalmente a nuestra propia finitud de manera inequívoca, es que el uso fecundo de los dispositivos de escucha psicoanalítica puede promover narrativas de cuidados compartidos.

En tiempos de desprendimiento social provocado por la pandemia de COVID-19, la asistencia remota se configuró como la única alternativa posible para mantener nuestro trabajo. El encuentro clínico fuera del marco estándar abre un nuevo frente de trabajo sin renunciar a la especificidad de la escucha psicoanalítica. Seguimos el mismo principio que el trabajo psicoanalítico estándar basado en la capacidad de escucha del analista que convoca, provoca y acompaña transferencias.

Hemos visto aparecer en nuestras actividades contenidos que giran en torno a la angustia de los profesionales de la educación, que son aún más intensos en este momento pandémico, pero que, al mismo tiempo, alimentan la disposición a la resistencia y la valoración de la actividad de ser docente. Diversas ansiedades, invisibilidad social, impotencia e incertidumbres personales y profesionales aparecen al lado de la esperanza. Un torrente de sentimientos se hablan y se escuchan en las diversas actividades del colectivo que, actuando como un continente que no solo acoge, sino que abre espacios para los cambios, crea la posibilidad de ser mejores en este difícil momento que vivimos.


[1] Integrante de la Federación Psicoanalítica de América Latina de la Asociación Psicoanalítica Internacional.

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